Recuerdo una de las frases que nos dijo la profesora Vilma Díaz, la tutora del 5to G del colegio Pedro Ruiz Gallo, de la promoción 1994: “Hoy será la última vez que todos ustedes estarán juntos”. No se equivocó. A pesar de que viví hasta el 2006 en Lima, mi contacto con la gente de mi salón colegio no era frecuente. Solía reunirme con un pequeño grupo, pero en esa “mancha” no estaba Carlos James. Él había llegado después de las vacaciones escolares de invierno. No recuerdo de dónde venía, si de provincia o de algún otro colegio de Lima. Lo cierto es que cuando entramos al último tramo del último año del secundario nos dimos con la sorpresa que un chico alto era nuestro nuevo compañero.

Él conversaba mucho con una amiga que había sido mi enamorada y ese era el motivo por el cual al principio no gozaba de mi preferencia. Al tener más de un 1.90 m de estatura fue seleccionado para jugar al básquet, cosa que yo con mi 1.70 m. no podía hacer. Carlos era muy buen estudiante y estaba destinado a ser un gran profesional, cosa que ocurrió. Luego de la clausura no lo volví a ver, ni en los almuerzos de exalumnos del colegio. Supuse que al no haber pasado tanto tiempo con nosotros no se sentía muy identificado, a diferencia de los que habíamos pasado años en ese colegio que tiene la particularidad que la mayoría es hijo de oficiales de Ejército.

A fines de enero mi amiga me mandó un Whatsapp. En el mensaje me contaba que la mamá de su actual novio trabaja en el Hospital Dos de Mayo y que estaba muy apenada porque un doctor muy querido por todos estaba desde hacía un par de semanas con coronavirus y que estaba grave: “Se llama Carlos James”, dijo la señora. No podía ser tanta coincidencia. Yo recién había salido del COVID19, acá en Buenos Aires, Argentina, y cuando me llegó el mensaje estaba en la oficina con mil cosas, aun así le presté atención a lo que me contaba. A Carlos no lo tenía en mis contactos de Facebook y comencé a rastrearlo. En esta red social pude ver que se había dedicado a la ginecología y que era un profesional bastante reconocido en su especialidad y muy querido por colegas y alumnos de la universidad donde dictaba clases.

En el grupo de Whatsapp del salón, un compañero publicó la noticia de su internación. Alguien comentó que había hablado con su esposa y que le había confirmado que Carlos estaba mal y que había pasado a UCI. El 5 de enero mi amiga me volvió a escribir diciéndome que creía que Carlos estaba muy mal. Las malas noticias viajan rápido y encontré en Facebook un comunicado del Colegio Médico lamentando su fallecimiento. Le conté a ella lo que había encontrado. Optamos por no contar nada en el grupo del salón, el motivo era que otro compañero había recién ingresado a UCI, también por coronavirus.

Se te vienen muchas cosas a la cabeza. ¿Por qué un tipo de cuarenta y tantos años, médico, deportista y padre de dos niños pequeños se va de este mundo? Veía su Facebook y en una publicación recomendaba cuidarse mucho del maldito virus que le costó la vida. Las muestras de cariño y agradecimiento no se hicieron esperar en diversas páginas que comunicaban su deceso.

Por eso cuando hoy miraba la televisión de Perú y veía todo el escándalo de las vacunas sentía bronca y pena. Bronca porque consideré que ante una pandemia como esta, los que dirigen el país iban a tener escrúpulos y no iban a caer en la corruptela que caracteriza a la administración pública peruana, e iban a hacer las cosas de manera transparente. Pena porque cuando escuché que Pilar Mazzetti se aplicó la vacuna el 12 de enero, si mis cálculos no fallan, en esa fecha Carlos no estaba contagiado del coronavirus. ¿Se imaginan cuántos que estaban en la primera línea se hubieran salvado si recibían esas vacunas? ¿Cuántos padres, hijos y hermanos hoy no estuvieran llorando a un familiar fallecido? Que hoy salga la que hasta hace unos días fue la máxima autoridad sanitaria del país a decir "Cedí ante la inseguridad y mis miedos" no sirve absolutamente de nada.

Phillip Butters, con quien no suelo concordar en opiniones, en su último programa la definió de la mejor manera a la exministra: “Basura de mierda”. En verdad no se puede ser tan miserable. Acá no importa si es de derecha, izquierda, morada o naranja, acá pasa porque ante una desgracia ella pensó en su beneficio personal. Los 487 que recibieron la vacuna se cagaron en los médicos enfermeras y personal sanitario que sí está en la primera línea de batalla, no en los entes que calientan un asiento y no contribuyen en absolutamente en nada en la lucha contra el COVID19.

Otro de los miserables es Martín Vizcarra. “Tomé la decisión valiente, de sumarme a los 12 mil voluntarios”, fue lo que dijo. Ojalá que lo saquen fuera de la competencia electoral, pero si llegará a suceder lo contrario, espero que no lo vote nadie. Acepto que fui uno de los que quería que se mantuviera como presidente hasta el 28 de julio de este año, pero por una cuestión de gobernabilidad. Me equivoqué. Este sujeto no tiene autoridad moral ni civil para absolutamente nada.

La política peruana está totalmente podrida. Y los que se están postulando a la presidencia y al Congreso son más de lo mismo. El pueblo está cansado de ver candidatos que hagan coreografías, que se pongan los trajes típicos y que hagan lo que sea por un voto.

Ojalá que algún día tengamos gobernantes probos, que piensen en el pueblo, en los que hacen que camine el país, y en ese grupo los políticos actuales definitivamente no están. Como dijo Butters: “Están bailando sobre los muertos”. Yo agrego algo más: “Se están cagando de risa de los deudos, en los que perdieron un padre, un hijo, un hermano, un amigo, un compañero”.